Seguramente quien lo escribió, lo hizo con marcador indeleble verde de trazo grueso con punta chata porque fue así como le enseñaron a rotular, quizás en una escuela técnica o bien en alguna materia terciaria o universitaria relacionada al diseño, o simplemente compró el marcador en un kiosco, pero sin ningún tipo de duda pertenece al grupúsculo, (que en lo particular empiezo a comprobar cada vez que es mayor), de gente a la que las clases de caligrafía sólo consiguieron perturbar en el dibujo, el dibujo de sus letras al punto que convirtiese el gozoso e irremplazable acto de escribir a mano en una eterna y perpetua clase libre de dibujo.
Y es que la verdad es que yo nunca pude sostener los garabatos y la forma de las letras igual y con la misma cadencia por más de una palabra, independientemente si fuese imprenta o cursiva, o mayúscula, o minúscula; de hecho ni siquiera escribiendo a máquina o en computadora puedo tener una escritura pareja.
Escribo por corrientes respiratorias. No es que inhalo, proceso y al exhalar escribo hasta que el aire se acaba, pero más o menos, que se yo, hay momentos en los que el aire salió por completo de adentro mío y las frases o las palabras no dieron lo suficiente y entonces o sigo intentando sacar aire de donde no tengo o inhalo, pero que se yo, no estaba hablando de mí ahora. Estaba hablando sobre el cuaderno que encontré en el baúl. Vuelvo…
Yo supe de alguien que escribía. Escribía mucho. Todo el tiempo. Escribía en cantidades industriales. Alguien que se cansaba de llenar cuadernos. Decía que de todos modos le gustaba leer, y mucho, pero que más le gustaba releer, ir y volver, releer, como recomenzar. Quizás tenga que ver con estar atado al pasado eterno en el que fue leído aquello que se está releyendo y a lo que se quiere volver. Es tan mágico eso. Uno vuelve a leer muchas veces para volver a buscar esas sensaciones que quedaron ahí entre las hojas, los olores de las manos transpiradas en el colectivo cuando estabas por bajarte en la parada que seguía y justo que lo que estabas leyendo se estaba poniendo bueno y entonces el frenesí de leerlo lo suficientemente rápido como para no cerrar el libro y entonces subir y bajar la mirada casi sin pestañear para no perderse nada, ¿cuánto falta?, bajar la mirada otra vez y buscar las últimas palabras que estábamos leyendo, el dedo señala flores abiertas sin importar cuánto tiempo sea lo que dure, pero eso ya lo leíste y el colectivo avanza y te tenés que bajar pero levantás la vista y ves que el colectivo parece haber retrocedido unos veinte metros, entonces bajás la mirada otra vez y está al final de la página marcado con lápiz en el márgen, sin la nostalgia de la memoria… y cuando das vuelta la página te das cuenta que habías terminado el capítulo y cerrás el libro con el lapiz dentro como señalador, pedís permiso y te bajás con la velocidad suficiente para llegar a tu casa y seguir leyendo, pero con la tranquilidad que pudiste llegar con la lectura a tiempo.
Pero yo estaba hablando de alguien a quien le gustaban los libros. Es más cuando le preguntaban si le gustaba leer, decía que sí, pero antes de cerrar la idea, o dar lugar a una repregunta, automáticamente disparaba sin pudor que le gustaba mucho más escribir. Vértigo. Sensación de hojas en blanco como cantidades industriales de agua esperando para caer del trampolín hacia la pileta inundándola y empapando al náufrago, sumergiéndolo en su nuevo naufragio. –Escribo para dejar de escribir…– esa era su carta de presentación cuando alguien le preguntaba si le gustaba escribir… –Es que escribir para dejar de escribir no significa que sufra al escribir, no al contrario. Disfruto de escribir, me gusta escribir y es por eso que cuando me paso un tiempo determinado sin escribir, me siento raro, hasta nostálgico te diría… Nostálgico en algún punto y melancólico también. En serio, anhelo la sensación que sentí al haber escrito algo. –
Hubo un libro que le cambió la vida (y a mí también). Era de madrugada y el día de su cumpleaños recién estaba izándose, faltaba más o menos una hora cuando sonó el timbre de la casa en la que se crío. Por esos tiempos aún vivía con su hermana, el gato y los dos perros en la casa que se crió. Sus padres ya se habían ido cada uno por su lado y en distintas direcciones. Su hermana abrió la puerta y se presentó. – Adelante, qué tal, mucho gusto, mirá está durmiendo en su pieza, pero subí que no hay ningún problema. La puerta de madera con vidrios a la derecha, subís la escalera caracol y por ahí hasta el fondo. Fijate que quizás esté la puerta cerrada pero abrí sin miedo. Bah, que boluda, ya sabrás que hacer…–
Estado de ensoñación. Movimiento ocular rápido y mientras dormía a la espera de su cumpleaños murmuraba… Ese soy yo contra las cuerdas. Ese soy yo en el punto de mira. Perdiendo mi religión. Intentando seguir contigo y no sé si podré lograrlo. Oh no, he dicho demasiado y no he dicho lo suficiente. Creí oírte reír, creí oírte cantar, creo que me pareció haberte visto probarlo. Cada murmullo. De cada hora en vela escogiendo mis confesiones, intentando no perderte de vista como un tonto herido, perdido y ciego. Oh no, he dicho demasiado.* Hay veces en las que los susurros cuando uno duerme están tan empastados que no se entiende nada, y por suerte la música que suena en la cabeza de uno cuando se está dormido no sale. Orejas hacia adentro. Boca hacia fuera. Ésta fue una de esas veces en las que la canción del sueño se termina por la mitad cuando un ruido exterior se cuela, enmascaramiento. Ruido de fondo en la escalera que se acrecentaba cada vez más. Puerta corrediza abierta. Pasos detrás de la puerta. Abrió los ojos cuando detrás de si abrieron la puerta. –Hola mi amor! Me dijo tu hermana que estabas durmiendo. Ya sé que falta un rato pero la verdad es que quería venir a estar un rato con vos antes…– dijo mientras descolgaba su bolso verde por encima del cuello para sacarse la bufanda primero y después el saco, para después volver a colgar todo en la silla en el orden inverso. Perfecto. Todo parecía indicar que nada de lo sucedido párpados adentro había sonado hacia fuera del anfiteatro de su cabeza. Todo estaba bien. Su pareja abrió la puerta un segundo antes de que abriese los ojos por lo que nada de todo lo soñado pudo haber sido oído, aunque hubiese sonado por el equipo de música y a todo volumen. Acostados los dos en cucharita, de espaldas a la pared y mirando la puerta dejaron pasar el tiempo, esperaban que las agujas cruzasen las 23:59, para que a partir de las 00:00hs todo cambiase para siempre. 23:59:24 se oían arañazos, forcejeos, era el gato, Viento que no quería perdérsela y se hizo presente. –Quedate en la cama amor yo le abro. Vení Viento…– 23:59:32 la puerta se abre y Viento entra de un salto pero se queda debajo de la silla frotándose contra el tapado, no es boludo esconde el cuerpo pero deja la cabecita afuera, no quiere perderse nada, 23:59:39 y desde la cama se escucha…– Vení amor, acostate acá conmigo, dale un ratito más total no va a llamar nadie, ya le dije a mi hermana que si llama alguien diga que estoy durmiendo además de la familia no creo que llame nadie hasta después de la 01:10 hora en la que nací – 23:59:53 – Ahora voy, esperame que me parece que me olvidé las llaves de casa…– 23:59:58… 23:59:59… 00:00hs Mano en el bolso –Feliz cumpleaños…– se escucha el grito de su hermana desde abajo. –Acá está amor tomá para vos, feliz cumpleaños…– Un paquete forrado con papel de regalo de libros, como el empapelado para las piezas de nenes chiquitos que simula ser una biblioteca. – ¿Qué es?– pregunta sin obtener respuesta mientras rompe el papel y adentro hay una caja de un portarretratos… – ¿Una foto de nosotros dos? ¿Cuál?– Sostiene la caja con la mano izquierda contra el muslo de la pierna derecha. Intenta abrirlo con la mano derecha pero no quiere romper la caja. Se sienta en la cama. Apoya los pies en el piso y acuesta la caja sobre las dos piernas mientras su amor lo mira de rodillas desde el piso esperando verle la cara para capturar ese preciso instante en el que el regalo le despierte una sensación desconocida hasta el momento. Apoya la palma de su mano izquierda en la caja y con el pulgar de la mano derecha consigue abrir la caja. Mete la mano y saca un libro de tapas rígidas. Desórbita y desconcierto. Palabras recortadas y pegadas como un collage decoran el libro. Lo abre. Primera página en blanco, segunda página en blanco, tercera página se da cuenta que está al revés. Cierra el libro y lo da vuelta. Lo abre otra vez primera página en blanco, saltea la segunda página y en la tercera lee su nombre. Sigue ojeando sin pestañear y con la respiración contenida, las piernas no le responden, el funcionamiento de su cuerpo está en piloto automático, todos en la habitación miran cómo recibe su regalo, nadie quiere perderse cualquier gesto, sonido o movimiento que pueda llegar a hacer en efecto al regalo. Abre una página al hacer y al ver que no están enumeradas empieza a leer palabras que le resultan familiares, cambia de página otra vez…en la profundidad del sueño… Cierra el libro, lo deja en la cama y dice –Amor son mis palabras, es un libro con mis palabras, me hiciste un libro. – El aire se torna tenso. –Sí, lo hice para vos…–
La cuestión es la siguiente: acababan de cumplirle el sueño secreto de toda una vida si siquiera haberlo pensado en voz alta. Hasta ese momento nunca había pensado en la posibilidad de sentirse como una persona nacida para escribir. Solo se consideraba alguien que escribía. El libro estaba impreso en papel fotográfico. Alguien había conseguido comprender en ese instante que los poemas o las sensaciones son como fotografías, que la realidad es una secuencia de fotogramas. Fue a partir de ese momento algunas cosas cambiaron para siempre para quien recibió semejante regalo, como también cambiaron para mí…
Hacía algún tiempo en un taller literario al que no fui más que algunos meses, porque, dicho por voz de quien lo dictaba, –seguir viniendo te va a cortar las alas. Escribí, vos dedicate a escribir. Con lapicera, con lápiz, con marcadores, con crayón. Vos escribí. Escribí en las paredes, en las hojas de carpeta, en los volantes que de tan en la calle, en los márgenes de los libros, de los diarios. Si ves que no podés volar volvé y vemos si tirándote desde este primer piso conseguís volar… – aprendí lo que era un haiku: Poema de tres versos, dividido en 5, 7 y 5 moras o sílabas de origen japonés, pero no fue hasta dar con ese libro que entendí el sentido del haiku: Poema de tres versos, dividido en 5, 7 y 5 moras o sílabas de origen japonés que cargado de simpleza, en sus orígenes estaba ligado a las estaciones de la naturaleza pero que con el correr del tiempo se ha hecho permeable también a la pictorización de situaciones o sensaciones en algunos casos epifánicas. Desde ese entonces yo juego a construir haikus,como fotografías capturadas por mí en el lenguaje con el único fin de darme el gusto de poder unirlo todo desde mí, como un rayo...
*R.E.M-Losing My Religion.