domingo, octubre 17, 2010

resentimiento

Por qué extraño el olor de alguna calles y por eso a veces necesito caminarlas?

Por qué puedo decir que es esa piel la que me aquieta en la mitad de una avenida?

El sabor de una piel debajo de los mismos árboles testigos de la vida, escenario de la historia.

Caminar dos cuerpos enlazados con los brazos entrelazados de los dos como dos personas que han transitado y siguen en el desfile a veces suave y otras tantas no tanto.

El sol en los ojos, el viento pasa y sigue de largo.

las nubes no ven, bajan del norte

el viento florece y sopla en el sur.

Ella se mira las manos y sabe que tendrán para siempre la sombra de haber sido tocadas por él. Él la mira a ella sonriente y más liviana, se la ve, se la siente más fuerte, más centrada, más en sí, no sabe si acaso la liviandad del ser tiene que ver con poder verse el uno al otro ya no como dos que están el uno en el otro sino el uno al lado del otro. Cada cuerpo es también una casa, una cama y porqué no un mundo.

Ella sabe que él piensa que cada cuerpo es un mundo y es eso lo que se percibe de las manos transpiradas de él, cómo suena y cruje en esos dientes el miedo. No pueden dejar de respirar el uno y el otro pero ya no se respiran entre sí. Los grandes poemas ya no existen ni en las espaldas que recitan a los dedos aquello que éstos en si mismos no están capacitados para escribir. La fuerza del sentimiento ruge y arde ahí en el medio del pecho, como la acidez de una fruta que nunca se ha podido tragar del todo.

La ciudad duerme y él es capaz de soñar sueños...

Descansan los cuadernos y las hojas de aquella recolección en una caja marrón de cartón corrugada en alguna parte de la ciudad de las mil flores.

Sueños de piel y hueso, sueños que aún al despertar habiendo sobrepasado por varias horas el amanecer todavía se siente en la lengua en la boca en las manos ese olor, el perfume de un cuerpo, el aroma dulce de un beso reincidente que trasciende el contexto y con ella la atemporalidad en si misma del paso del tiempo.

Sentados los dos en el asiento trasero de un auto que se confunde con un sillón en una reunión donde nadie se ve con nadie pero todos miran a todos, todos hablan y nadie escucha, gritos aquí allá y en todas partes, retumban las voces y la música en las paredes, se huele el sexo en el aire, y ellos llevan la delantera en esta carrera contra el tiempo. Han perdido demasiado tiempo jugando a desentenderse para no encontrarse porque nunca se perdieron y por ese nunca podrán buscarse para volver a recomenzar. Sentados en el sillón y con los ojos cerrados ella sentada apoyada contra el respaldo y él cruzado por sobre ella boca arriba buscando su lengua debajo de la de ella entre mares de saliva besos y restos de algún amor que ha quedado por ahí, en el aire y que ahora se dan cuenta que siempre estuvo ahí, en el aire a punto de estallar. Él con las piernas estiradas y cruzadas con el jean azul y las botas negras que ya no brillan de tanto caminar, el talón está gastado, ya no hay goma solo madera que desangra aserrín a cada paso. Ella tiene una pollera verde y una remera blanca con escote abierto y redondo bien bajo, para mostrar el pecho y su largo y hermoso cuello, tiene además una hermosa y tan rica piel. Nadie se da cuenta ni tampoco ellos, esclavos del hechizo enceguecido del no amor en cuotas de hartazgo y cansancio de haberlo consumido todo. El sillón es medio, con un almohadón rojo, el famoso futón, aunque moderno, de esos plegables que se hacen cama, el almohadón enorme, en realidad es una especie de colchón. Sueñan con que en realidad no haya nadie pero saben que lo que hagan quedará grabado en la retina de todos, como dos almas resentidas dándole sentido verbo cuerpo al término, así como también a la resurrección. Y pensar que todos, y hasta en sueños, alguna vez los dieron por muertos... Ella le toca la cara, lo acaricia, intenta dibujarlo, construirlo según sus recuerdos con los ojos cerrados con sus manos mágicas, dedos largos y carnosos con uñas brillantemente rojas, exultantes y con tanta pasión como carne que han arañando alguna vez en una noche de carne calentura, hambre y mucho sexo. Son uñas de rojo sangre, uñas que son pintadas por elegancia, por respeto a la transparencia que portan los días que reina meramente la naturalidad sensual del cuerpo femenino de por sí, ya sea día de lluvia, día de sol, granizo, o bien un día que está nublado. Ella se pinta las uñas solamente para la noche. Y es esta noche que las uñas están vestidas con un esmalte rojo escarlata, lo suficientemente pasional y sanguíneo como para no dilucidar y perder las fronteras del alba en las barreras del sueño que dejan a flor de piel los deseos reprimidos, los sueños resentidos y las hambres insurrectas de un amor sin par e invasivamente impúdico.

Hay una mujer embarazada de mellizos en un sillón que tiene mucho frío, está vestida con un jean celeste y un sweater amarillo de lana que parece no abrigarla lo suficiente, se ve en sus ojos que tiene frío. Se sienta en el borde del sillón para acurrucarse y generar su propio calor hasta que finalmente saca de atrás suyo, y debajo de los almohadones, una campera de cuero con piel adentro, es piel sintética y de mentira, de más está decirlo pero aclaro a ver si todavía alguien viene a la puerta de casa a decirme que estoy amparando la caza indiscriminada de animales. Se sienta en el borde del sillón y una vez acurrucada se tapa con la campera como si fuese una manta, tiene frío en la panza, tiene frío en el vientre, tiene frío en las piernas, tiene frío en los pies, y eso que tiene unas medias de lana ¾ y unas botas de cuero, de mentiritas obvio, marrones para estar a tono con el parquet.

Otra de las mujeres está en el jardín, salió a fumar porque adentro de la casa no es que esté prohibido fumar, sino más bien que se intenta no fumar dentro de la casa, dentro de la sala, por los futuros bebes, por los actuales mortales que no fuman y no tienen porqué cargar con el humo de los fumadores que deciden reventarse los pulmones y llenar sus ropas de olor. Esta mujer salió a fumar. Está nerviosa. Más bien puede decirse que encaró la escalera ya nerviosa antes de bajarla. Vaya a saber uno, nerviosa por qué. Se dice por ahí que al entrar a la casa no hizo más que repetir casi como un mantra que “la angustia es el motor del resentimiento y el caldo de cultivo al resentimiento es la angustia producida por la sobredosis de recuerdos resucitados de la nostalgia, la angustia es el motor del resentimiento y el caldo de cultivo al resentimiento es la angustia producida por la sobredosis de recuerdos resucitados de la nostalgia, la angustia es el motor del resentimiento y el caldo de cultivo al resentimiento es la angustia producida por la sobredosis de recuerdos resucitados de la nostalgia, la angustia es el motor del resentimiento y el caldo de cultivo al resentimiento es la angustia producida por la sobredosis de recuerdos resucitados de la nostalgia” Está nerviosa, se huele, sus manos tiemblan, sus cigarrillos se fuman solos…