martes, agosto 21, 2007

besos de libertad

Somos del agua, lo sé.
Somos agua, del sol.
En palabras y no.
En vientos y no.
Otra vez estamos todos secos.
Una vez más la voz que nada dice
nunca nada
dice nunca
nada nunca
nunca dice nada y sólo censura al silencio.
Sí,
es la necesidad.
El aire no está en tema,
la vulgaridad
el tiempo
la inversión
la finalidad.
Sonrisa sedienta.
Somos agua del sol.
Somos el sol del agua.
Somos la historia del hoy.
Somos el agua del cielo.
Somos la historia del sol.
Somos el agua de la historia.
Somos el cielo en el agua…


…que somete a la víctima a guardar silencio, la fuerza a esto premiándola con sus manos y por qué no con su todo también. Tormenta de risas y lágrimas incómodas, de gestos y voces que susurran al oído dispuestos a perderse en la totalidad del sueño incluso con la idea de poder no despertar nunca más. Somete a la víctima a guardar silencio, la fuerza a esto premiándola con sus manos y porqué no con su todo también, con su tiempo. La fuerza no quiere tampoco decirse a si misma, sí, estoy deshaciéndome, necesito tiempo, no. Hay violencia en esos ojos pesados, cansados, próximos al despertar. La vida como el mito y el deseo que también sostiene el desfile en las aguas abiertas, en el camino lunar, dibuja en mí precuelas de la explosión, diversas formas de cómo llevarlo a cabo. No me importa en qué circunstancia esté el escenario después de todo. En realidad me importa demasiado. La generalidad y la disposición no sólo remiten y someten el jardín externo, no, también a las sombras del cielo interno, a las lluvias cargadas de poder, al sentimiento puro que no puede siquiera cristalizarse para perderse en la metamorfosis. La mejoría no es el segundo. El tiempo por el tiempo en sí, la temperatura. Me cansé de correr por hoy. Quizás sea la búsqueda del cuerpo en una noche sin luna, en una noche sin cielo. La ausencia poética no tendrá lugar por la no presencia física, no, más bien en una tormenta de risas y lágrimas incómodas, de gestos y voces que susurran al oído dispuestos a perderse en la totalidad del sueño incluso con la idea de poder no despertarse nunca más, pienso en mojarme y en mojarte a vos. Pienso en la lluvia otra vez. ¿Cuántas veces habremos concentrado todo en un solo cuerpo? Esa proyección, ese dolor, ese amor, ese ardor, ese odio, esa furia, casi como la vida y la muerte. ¿Cuántas veces más? Vos te acordás lo que fue cerrar los ojos esa tarde… Sólo nos dispusimos a caminar ese día por una causa, por el olor a la causa, por el amor a la causa, pero el dolor estaba en el aire, el terror siempre puede percibirse como el miedo en una mano. ¿Te acordás qué vimos ahí? Dos flores… era el sueño, cómo ahora, caminábamos para adelante, éramos miles. ¿Quién es? Las miradas perdidas eran tantas… cada cual embanderado en su idea y nosotros simplemente por amor, telepatía y diversos modos de conversación. Finalmente estábamos en la avenida, la caminata de miles se convirtió en eso, en un relajo, en un halo de dispersión, en el aire soñado de pétalos descontextualizados en el tiempo. Aires de septiembre. ¿Y ahora? Igual, las cosas siguen así, mutando, doblegándose, delegando las responsabilidades figuradas en el cuerpo de la víctima, en su cuerpo de arena está tallado el tiempo, y por eso las huellas se desdibujan bajo el agua. ¿Y vos me hablás de dormir? Estamos violando al tiempo, como dijeron una vez por el hecho de vivir. Somos agua, somos del agua y me voy por la noche con la luna de reojo y todos los ojos cansados buscándose, asimétricamente sumidos en un sueño. El mar es una gran metáfora, símbolo del vicio de la libertad. Metáfora del acto de navegar propiamente dicho. Una piedra y una flor, una voz descansa y sueña. Un color me quema, una voz descansa y vibra. Una historia decae y se levanta, reposa y se desnuda al tiempo y se deshace y no nos vemos más que en la oscuridad del no vernos. Pero yo los vi me dice. Yo lo sé y quizás también lo sepas. Quizás te hayas dado cuenta que descorrieron el telón, que levantaron las sábanas azules del tiempo y ahí estábamos los dos soñándonos a los ojos en la oscuridad luminosa y eterna del deseo. La miel cerca del fuego y el cuerpo detrás del vidrio, la libertad y las palabras. Silencio. En el desierto de las paredes cansadas y los gritos asqueados de ahogarse en mares de arena, de caerme dentro. Quiero parar. Quiero volver a caerme y despertarme así, en los colores de la pérdida. Sueño aún en los albores de la soledad mentalizado en lo terrenal del deseo y de los ojos cerrados, desnudos a la entrega del todo como el valor agregado a la suma de las partes. Puedo olerlo en el viento. Quiero sentirlo en tus manos, cómo el miedo, cómo el amor, cómo el viento, cómo el tiempo nena.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

no tenemos las llaves del reino, las perdimos al razonar.

11:21 p. m.  

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